Acaba un día caluroso de trabajo, a estas fechas ya no hay trabajo duro pero a 30 grados tan solo el caminar para mirar la evolución ya es un esfuerzo. Me voy del viñedo y quiero pensar que es un buen momento para dar un paseo, así lo hago.
Subo a observar desde arriba ese mosaico de viñedo con pinceladas de cereal, es Rioja Alavesa a las faldas de Sierra Cantabria. Subir aquí siempre me hace reflexionar, y siempre de mil maneras diferentes. Me conecta aún más con la naturaleza y noto que lo necesito.
Me siento en una roca, pensativo veo discurrir la jornada en mi mente mientras una pequeña tormenta se acerca sin amenaza. Empiezo a notar aire fresco por primera vez en el día. Relajado observo y empiezan a caer gotas sobre mi rostro que sirven para refrescarme.
Me siento bien, me gusta sentir la lluvia sobre mi cara, miro al cielo pensando que también lo agradecerán cada una de las cepas que maduran ahí abajo. Cierro los ojos y veo transcurrir el final de un día más que marcará el carácter de ese vino que se dibujara en apenas cuarenta amaneceres. Abro los ojos, sigo sentado en la roca caliza aún caliente por el sol y veo como la nube se aleja caprichosa en sus formas. Se va, como este caluroso día que se antoja fresco en su final